Emanuel, Dios a través de nosotros
Por Pastor Javier Lobos
Ninguna palabra de la Escritura encierra un misterio tan grande como las del apóstol Pablo a Timoteo: “Dios fue manifestado en carne”. De la misma manera, el Apóstol Juan también se refiere a este misterio, diciendo: “Y Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”.
Que Dios se hiciera hombre, sin dejar de ser Dios, es incomprensible para la mente humana. De la misma forma, es incomprensible para nuestra mente que el hombre llegue a participar de la naturaleza divina sin dejar de ser hombre. Cuando ocurre el nuevo nacimiento, Cristo una vez más se hace lugar en medio de los hombres. Es entonces que el hombre llega a ser participante de la naturaleza divina, y Dios se hace participante de la naturaleza humana. La unión de la naturaleza divina con la humana se expresa con la palabra “Emanuel”: Dios con nosotros.
“Nosotros en Dios”
En medio del misterio de estas palabras podremos entender el método con el cual Dios se propone que el hombre alcance una salvación tan grande. La obra divina en el alma del hombre no se inicia mientras Dios no se acerque a él. La gracia es el método que Dios nos da para alcanzar la salvación y la santidad. El método del hombre para alcanzar la santidad es el legalismo. Estos son dos métodos diametralmente opuestos e incompatibles; el de Dios ha llevado a millones a la salvación, el del hombre ha probado ser un fracaso.
El Padre celestial no disciplina a quien no ha tomado como hijo y es ajeno a Él. Dios no puede obrar en el alma que está separada de Él; ¡definitivamente, no! Primero la une a Sí mismo, para que por medio de esa unión pueda comunicarle la vida divina, y el poder divino para que los tratos a que deberá someterse no sean en vano.
Al vivirla en Cristo, todos los aspectos de nuestra vida son elevados a una nueva esfera, y sobre todos ellos es puesto un sello que los hace nuevos en Cristo. La vida ahora tiene una nueva dimensión en Él.
Cuando llegamos a ser creyentes en Cristo
Nuestra nueva vida no se desliga de ningún parentesco natural (nuestros padres siguen siendo nuestros padres); no destruye ninguna obligación humana (debemos seguir trabajando para proveer para nuestra familia); no anula ninguna ley natural (la ley de la gravedad sigue afectándonos); no anula ninguna ley espiritual (seguimos cosechando lo que sembramos).
La relación con nuestros padres naturales adquiere un nuevo sentido, “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres”.
Debemos seguir trabajando, pero nuestro trabajo tiene ahora una nueva motivación por su relación con Cristo: “Vuestro trabajo en el Señor no es en vano”.
La relación matrimonial tiene un sello: “Que sea en el Señor”.
La vida diaria tiene una nueva descripción: “Buena conducta en Cristo”, y “Sois luz en el Señor”.
El gozo, el dolor y padecimiento, la fidelidad y la fe, la fortaleza y el ánimo, todo es ahora en Cristo.
En cuanto a la muerte, hasta que el Señor la destruya, seguirá manifestándose, pero puede ser coronada con una bienaventuranza: “Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor”.
Así que cuando Cristo recibe al hombre, lo recibe con todo lo que es; y en lugar de separarlo de su vida natural, la abarca toda, la eleva y la santifica, haciendo del hombre una total y completa nueva creación. Esta creación es el hombre nuevo, es la vida de Cristo depositada en él a través del nuevo nacimiento; es ¡Emanuel!
“El Espejo”
En esta nueva creación los hombres somos “hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. Así que, a diferencia de los caminos humanos del legalismo, en los que por medio de buenas obras el hombre pretende alcanzar a Dios, el método divino de la salvación implica que las buenas obras son un resultado inevitable de la vida de gracia en Cristo. Dichas obras son una evidencia de la fe bíblica. La fe bíblica no es algo abstracto, ni es un credo solamente, ni es una carta de declaración doctrinal.
La fe cristiana se evidencia por las obras que realizamos. Jesús admiró la fe acompañada de la acción; Jesús veía la fe por lo que las personas hacían. La fe bíblica es acción.
Las buenas obras en la vida del creyente deben brotar de la vida de Cristo depositada en él; de lo contrario no tendrán valor alguno. ¿Cómo identificamos las obras preparadas de antemano por Dios para poder andar en ellas? Lo hacemos siendo hacedores de la Palabra y no tan solamente oidores.
El que no pone por obra la Palabra de Dios, es como alguien que mira su rostro en el espejo “la perfecta ley” e inmediatamente se olvida cómo era y, por tanto, no la pone por obra. Bien podríamos decir que se trata de una persona sin visión. La diferencia de alguien con visión es que se acerca al espejo de la Escritura e inmediatamente ve cómo es en realidad. ¡Empieza a ver a Cristo en el espejo de la Escritura!
¿Cómo puede ser ese reflejo en el espejo la imagen de un hombre?
¡Lo es porque desde su nuevo nacimiento en él está Emanuel, aquel de quien escribieron Moisés y los profetas! ¡Él es una nueva creación! ¡Entonces, la perfecta ley es un reflejo de la vida y las obras de Cristo, obras que Dios preparó para que Cristo las viviera a través de ese hombre redimido!
El hombre con visión se ve en el espejo y recuerda cómo es, el hombre con visión es el que hace lo que dice la Palabra. Lo que el espejo refleja para él es a una persona en Cristo. Debido a que es Dios quien nos ha hecho una nueva creación, nosotros debemos caminar por esa vida nueva, permitiendo que se manifieste a través de nosotros “Emanuel”, Cristo en nosotros.